Este viernes comenzó medio cruzado. Amanecimos tarde y, como debía estar en el centro a las 9 am, me dispude a despertar a mi marido repitiéndole una y otra vez (tal como lo hacía mi madre) que se levantara.
Por supuesto que su reacción dejo bastante que desear y desde que salimos de casa estuvo maldiciendo alguna que otra cosa.
Claro que comenzar el día así por más viernes que sea, no suele ser muy alentador para mí por lo que llegué al trabajo con una angustia oral tan terrible que si mi conciencia me lo hubiera permitido hubiera engullido mucha cantidad, de muchas porquerías.
Sentía angustia, desesperación, ganas de gritar y cada vez que estuve así, recurrí a mi mejor escape: la comida. Solía pegarme tremendos atacones en los que comía sin medir cantidades ni calorías, llegando a mezclar en un mismo bocado salados y dulces.
Recuerdo a la perfección, aunque desearía no hacerlo, aquellos terribles momentos. Creo que hasta ponerlos en palabras me genera bastante verguenza.
Lo cierto es que hoy, hubiera sido un excelente día para darme uno de aquellos atracones pero aunque no lo crean, pude decir NO. Hablé conmigo misma, me miré al espejo, reconocí mi angustia y lloré durante algunos minutos en el baño de la redacción, en definitiva, hice todo lo posible para evitar mis conductas pasadas.
La buena noticia es que no sólo lo logré, sino que en el control al que asistí por la tarde confirmé que había perdido otro kilo de gordura.
Salí del consultorio de Sra. Nutricionistas con tremenda cara de culo con toda la felicidad del mundo, por el kilo menos y por supuesto por el valor de haberle dicho no al deseo del atracón desmedido.
Estoy orgullosa de mí misma, ojalá también lo esten ustedes.
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