OK, ¡Acá va! Me desperté temprano porque debía realizar algunos trámites pendientes! Preparé café (del que me indicó la nutricionista, el único de las mil variedades que es libre de azúcar), volví a mi cuarto y le agregué al vaso de agua que tenía, la pastilla efervescente que hace las veces de suplemento dietario.Una vez que el café estuvo listo, llamé a mi marido para que compartiéramos juntos el desayuno:
Él: café delicioso, con mucha azúcar y fuerte, 5 facturas con crema y alguna con dulce de leche recién sacadas del horno de la panadería, un jugo de naranjas exprimido en el momento, mucha manteca (también para las facturas con crema) y algún que otro bizcochito que andaba dando vueltas por la alacena.
Yo: café sin azúcar, con apenas dos gotitas de edulcorante, dos tostadas (las más horribles del mundo, jamás caseras) 25 gramos de queso, y que el cosmos me ayude.
Qué puedo decirles… ¡Un horror para alguien que, hasta anoche, englutía a la par de su marido!
Luego de caer en la cuenta que tenía más hambre del que sentía al despertarme, cargué mi botellita de agua (porque debo tomar obligatoriamente de 2 a 3 litros diarios) y me dispuse a salir del hogar. El noticiero de turno acusaba 30 grados centígrados pero yo, indiferente, comencé a caminar. Para las 14 horas ya estaba desocupada y también famélica de hambre, por lo que sacrifiqué el yogur que debería haber comido de merienda.
Volví a casa y, gracias al universo, él me esperaba con la comida lista. Claro que con un sólo detalle, el menú del día:
Él: 2 empanadas de queso recién horneadas, una milanesa de carne que ocupaba todo el diámetro del plato y una porción abundante de papas fritas con mucha mayonesa, todo esto porque “se había tentado”. De postre degustó un exquisito plato de frutillas con crema, que había sobrado de la noche anterior en la que nos dimos terrible panzazo.
Yo: 100 gramos de tomate, condimentado únicamente con sal y 150 gramos de carne magra ¡Qué digo magra, magrísima! Postre: 100 escasísimos gramos de naranja.
Sin darles muchos más detalles, porque solo consigo angustiarme más,…pasé el primer día sin pena ni gloria y con todo el hambre del mundo en mi estómago, además de sentirme “inundada” internamente por la cantidad excesiva de agua mineral.
Sin embargo, lejos de claudicar sigo en pie, intentando golpear las teclas del ordenador con la última fuerza que me queda, en un intento por compartir este día tortuoso. Mientras tanto “marido” cocina para la cena…y adivinen…
Él: un plato de sorrentinos horneados y acompañados de salsa de champignones y pan casero, con un flan de cacao y dulce de leche.
Yo: nuevamente 100 gramos, pero ahora de lechuga condimentada únicamente con sal y 150 gramos de pollo sin piel, Postre: 100 escasísimos gramos de pomelo.
Olvidé comentarles un detalle: Mi trabajo es de oficina, en una redacción en la que 10 de las 11 mujeres que somos están a dieta. Marido: Chef profesional y se desquita día y noche con nuevos manjares para su propio resto. Claro que la mayoría de esos degustaciones las hace en casa, porque ama cocinar para las suyos… ¿Van comprendiendo verdad?
¡Que el universo se apiade urgentemente de este cuerpo!

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